lunes, 17 de septiembre de 2012

HACIA UNA EPISTEMOLOGÍA MÉDICA CRÍTICA:   

"Del hábito, que sin arte, sin argumento, nos hace creer en las cosas..."  Blas Pascal.
El ejercicio de una disciplina se estructura como un conjunto de saberes organizados que dan sustento a una práctica, a una serie de representaciones, a la construcción de un objeto de estudio, en fin, a un campo científico específico. La cotidianeidad en el desempeño de una función a menudo omite la reflexión crítica sobre el hacer y desdibuja el sustrato de supuestos implícitos que la orientan. Este cuerpo de conocimientos aplicados rutinaria y automáticamente cristalizan en una falsa visión naturalizadora de sus fundamentos lo que impide el reconocimiento de la influencia que determinadas creencias, teorías y axiomas imponen a nuestras percepciones, hipótesis e interpretaciones de los fenómenos sobre los que actuamos. Este conjunto algo heterogéneo pero articulado de supuestos aceptados sin discusión, este suelo sobre el que se sostienen los discursos disciplinares constituye, de acuerdo a Pierre Bourdieu, el campo de la doxa académica:  

“Adhesión pre-reflexiva a los presupuestos tácitos del campo que es la verdadera censura, la más radical, la más invisible, la que todos admiten, la que está fuera de discusión, lo natural”

Este particular modo de racionalidad que parecería más propio de las culturas no académicas se encuentra sin embargo instalado en la dinámica del campo disciplinar:

“Nada hay más dogmático paradójicamente que una doxa, conjunto de creencias fundamentales que ni siquiera necesitan afirmarse en forma de dogma explícito y conciente de sí mismo.” (Pierre Bourdieu).

La transformación de una perspectiva espistemológica dada en única y omnipotente mirada capaz de producir descripciones verdaderas de una realidad exterior e independiente de las condiciones de la observación genera inevitablemente una ceguera cognitiva, una inaceptable subordinación discursiva respecto de otras disciplinas y una infranqueable barrera para el diálogo.  

Los modelos explicativos y los procesos de verificación empírica imponen necesariamente una selección de los fenómenos analizables capaces de adecuarse como objetos de estudio a sus herramientas analíticas. La clausura metodológica en el interior de su propio dispositivo alienta la reducción de la realidad al segmento de aquella que se adapte a sus procedimientos canónicos condenando a adquirir el estatuto de conocimiento profano o precientífico a todo lo que queda fuera de sus estrechos dominios.
La lógica específica de ciertos campos implica una independencia respecto de otros dominios del saber determinando algún grado de incomunicabilidad entre ellos. La disposición endogámica intradisciplinar produce no pocas veces una ignorancia absoluta de lo que sucede extramuros y, lo que es peor aún, el desconocimiento de dicha ignorancia y de las condiciones histórico sociales que las hicieron posible.

La autonomía respecto de su propio espacio, de las leyes que les son propias es percibida como una amenaza o sublimada como una excéntrica trivialidad. Bajo la ficción de una aproximación totalizante y autosuficiente a lo real las disciplinas se encierran peligrosamente y obturan la posibilidad del enriquecimiento mutuo en el intercambio transdisciplinario. La Medicina se ha ido configurando históricamente sobre la base de cierta epistemología, metodología científica, representaciones del cuerpo biológico como su objeto específico de estudio y sobre el imaginario instituyente que los sujetos han elaborado en el seno de una determinada cultura sobre este.

Su visión del tema de la salud y la enfermedad se encuentra por lo tanto inexorablemente anclada en esta constelación de elementos que conforman su soporte cognitivo y el fundamento último de su práctica. Los significados así construidos dan coherencia a la observación y dotan de sentido a las prácticas profesionales. La autonomización de la tecnociencia respecto de sus propios fines, de las dimensiones éticas de su ejercicio la convierten en una amenazadora perspectiva.

A través de este breve repaso sobre algunos de sus fundamentos epistemológicos se hace presente un cierto tipo hegemónico de modelo médico que modula la práctica y se instituye como paradigma de generación en generación. Esta particular modalidad profesional es recibida y naturalizada de manera acrítica por los propios médicos desde los estadios más incipientes de su formación bajo la forma de un currículum oculto sostenido en el hacer cotidiano, transmitido como modelo estereotipado de comportamiento.Esta lógica particular casi nunca se plantea ni se impone de manera explícita, su inculcación ocurre de modo imperceptible, gradual, progresivamente generando una habitus que se incorpora de manera inadvertida.

Esta construcción simbólica no se ejerce sobre la iluminación de la conciencia sino que se encuentra inscripta profundamente, al amparo de la oscuridad de los esquemas prácticos, las categorizaciones, las relaciones de dominación y colonialidad de los saberes (E. Lander) que resultan inaccesibles a la autoconciencia reflexiva y a los dominios de la voluntad.

Pero tal situación tiene sus raíces mucho antes de este momento formativo ya que se encuentra diseminada en la sociedad mediante un  conjunto de representaciones que sobre el particular comparte el imaginario de la comunidad. Situados en esta realidad históricamente constituida y culturalmente determinada ciertas modalidades de la práctica resultan perfectamente coherentes y las concepciones más elementales sobre las que se basan aparecen como “evidentes” y “naturales”.

En el interior del dispositivo epistémico consolidado determinado modelo de ejercicio es perfectamente funcional y sus instrumentos y modalidades de acercamiento al fenómeno de la salud enfermedad no admiten cuestionamientos. Deberá admitirse entonces que el estatuto de “evidencia” de un conocimiento resulte tan contundente mientras no sean objeto de discusión sus propias metodologías de producción, (por cierto nada evidentes en el campo médico).

La idea misma de “evidencia” da cuenta de un posicionamiento epistemológico básico sin cuyo replanteo crítico queda obturada toda posibilidad de discusión. Así queda al descubierto la imposibilidad cognitiva de visualizar los aportes provenientes de otras disciplinas con paradigmas analíticos diversos para todo aquel que haya asumido como incontrastables las conclusiones obtenidas a través de determinados procedimientos de verificación puramente estadísticos sobre los que no tiene posibilidad alguna de ejercer la crítica.

Esta extensa zona de invisibilidad epistemológica recorta el campo de lo real y condena toda mirada foránea a la indecibilidad, la incomprensión, la trivialización, o a una radical sordera conceptual. Son estas herramientas metodológicas las que deberán convertirse en objeto de conocimiento con la intención de interrogar sistemáticamente el universo de relaciones que las fundamentan. El estatuto epistemológico debe tornarse “observable” rescatándolo de la sincronización artificial que lo muestra como transhistórico y despojado de subjetividades.

Es la construcción de su objeto de estudio por parte del médico lo que está en cuestión ante la mirada de científico social y no sólo un conjunto inexplicable de prácticas autoritarias o de ejercicios arbitrarios y más o menos despóticos del poder. No se trata únicamente de analizar prácticas y conductas impregnadas de una violencia simbólica evidente a la luz de determinados paradigmas de racionalidad sino de registrar por qué tales hechos resultan perfectamente coherentes, “naturales” y autoevidentes a la luz del paradigma de la medicina hegemónica. No son los sucesos desnudos los que merecen calificación sino el sistema de pensamiento que los hace circular como verdades sólidas, robustas y hasta cierto punto inevitables en el interior de ese dispositivo los que reclaman el aporte enriquecedor de otras perspectivas.

Que la enfermedad sea concebida como una fenómeno exclusivamente biológico, que sus dimensiones sociales, culturales, subjetivas sean sistemáticamente negadas y que los recursos terapéuticos queden exclusivamente limitados a la farmacología o la intervención anatómica directa no debería resultar sorprendente sino más bien inevitable si se toman en cuenta las profundas razones epistemológicas que las originan.

Riesgos del reduccionismo crítico: el ejercicio de una observación crítica sobre el saber médico, sobre sus prácticas y representaciones no es posible desde posiciones que compartan las limitaciones de la visión fragmentaria y reduccionista de la realidad. No se trata de sustituir una mirada parcializada e incompleta por otra igualmente mutilada pero de sentido opuesto. La Medicina no puede vaciarse de contenidos biológicos que le resultan imprescindibles, no está en condiciones de restringirse al uso de herramientas de nuevo tipo para el tratamiento de la enfermedad y el alivio del padecimiento, no podría privarse de los aportes de la tecnología como instrumento de su accionar. No se trata de proscribir el uso de estrategias sino de expandir las posibilidades de su accionar hacia aspectos hasta ahora ni siquiera vislumbrados, de dotar de una nueva racionalidad a la utilización inteligente de los numerosos recursos de que dispone, de desplazar los fundamentos de su ejercicio de lo biológico a lo humano, de rescatarla de la autonomización de una tecnociencia impersonal y de su subordinación, investida de conocimiento científico, a los intereses del todopoderoso mercado y a la instrumentalización mercantilista de las personas.

Nada de esto resultará posible sin la participación del propio campo profesional, nada sin la interacción creativa entre disciplinas diversas capaces de gestar discursos emergentes y por lo tanto dotados de nuevas cualidades no reducibles a la suma de sus partes.

El sólido nudo epistémico sobre el que la medicina sustenta su racionalidad, aquella visión simplificadora y parcial resulta por estos días un verdadero obstáculo epistemológico capaz de trivializar la complejidad del conocimiento incluso en el interior de su propio dispositivo de saberes.

La confrontación crítica con el mundo médico reclama un realismo reflexivo capaz de preservarse cuidadosamente tanto del absolutismo epistémico como del irracionalismo más obtuso. La medicina no puede, no debe, transformarse en Psicoanálisis, o en Antropología, o en Sociología sino más bien ser capaz de mirarse productivamente en la imagen de sí que estas disciplinas le proponen y en consecuencia reflexionar críticamente sobre su propio estatuto.

El reconocimiento de las determinaciones materiales de las prácticas simbólicas es parte del necesario proceso de deconstrucción de las matrices sobre las que descansa el sueño aparentemente imperturbable de la ciencia más despojada y absoluta. El olvido de las condiciones sociales de producción del conocimiento, de sus itinerarios históricos, la adhesión maravillada y extática a unas supuestas e incontrastablesevidencias se convierten en un ejercicio de la más rotunda ingenuidad epistemológica cuando no en una descarada estrategia de ocultación y sometimiento a los mediocres, los poderosos, los mercaderes.

1 comentario:

  1. En razon de tu publicacion, La propuesta de la antropología médica para cubrir las
    deficiencias es ir más allá de la enfermedad, de su patología, para tener en cuenta a las “ciencias humanas”. De puramente biológica se convierte en lo que se denomina ciencia única de la persona y cuya aplicación es la medicina antropológica. Aquí se parte del supuesto de que la separación entre ciencia y conocimientos humanísticos es artificial y constituye un desarrollo tardío en nuestra evolución cultural como resultado de la especialización. La medicina pues es un híbrido entre saber y hacer, es un saber hacer.
    El modelo antropológico aboga por una concepción de la
    clínica que posea mayor selectividad e idoneidad en el tratamiento de la singularidad del paciente. Para ello es necesaria la ubicación del paciente en el medioambiente y la atención a su condición situacional indisoluble individual y existencial. Esto llevar a dar paso al concepto de equipo de salud integrado por profesionales de diversas procedencias (de
    formación en ciencias biológicas y/o sociales) que actúen en relación inter y transdisciplinaria. También supone una formación más integral del médico que garantice:
    -Preparación en ciencias físico-matemáticas y biológicas, filosofía (lógica, epistemología y axiología), psicología, sociología e historia.
    -Comprensión de las relaciones recíprocas de las doctrinas científicas en que en parte se basa la medicina.
    -Detección de hasta que punto los procedimientos empleados por ésta son rigurosamente científicos y cuando comienzan por ser puramente empíricos o intuitivos.
    -Comprensión, además su labor como actividad social, el
    significado de factores económicos y culturales (costumbres, vivienda, forma de alimentación, etc.)

    Para entrar al reino de la complejidad es necesario componer otro paisaje conceptual, buscar otros puntos de partida y forjar otras formas de interacción y de producción de sentido y experiencia que nos permitan pensar la salud como una problemática del vivir humano como “sujetos entramados” en lugar de concebirla como un desperfecto mecánico.

    Referencia:
    Briceño M. A.,Epistemologia y medicina compleja, MEDICRIT.
    Disponible en: http://www.medicrit.com/Revista/v2n6_05/V2N6_95.pdf

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